Reportaje: #118
Los dioses
sembraron muchas ideas nuevas entre la población sumeria, de los sumerios.
Seguro también entre los egipcios. Pero vamos a quedarnos en el Irak de antes.
Ahí era el inicio de la humanidad consciente de sí misma y de la conexión con
el universo. La esclavitud era algo normal.
No importaba que
este dios apurara a la gente en el trabajo. No se preguntaron por qué
necesitaba un dios tanto oro, plata y otros metales que se tenía que cavar y
buscar, y entregarle en plazos establecidos. Si no se cumplía con la cantidad,
era lógico y natural para el pueblo que el dios, o sea los Anunnakis, se
enojaran. El tiempo era oro. Lo es hoy todavía.
El tiempo es lo
más valioso en la vida. Los Anunnakis lo sabían. El tiempo nunca alcanza para
hacer todo. Quien más rápido hizo su trabajo, más rápido pudo alcanzar la meta
de una fabricación o construcción. Sea en la Tierra o en el cielo.
El templo en la
Tierra para el pueblo y la estación espacial para los dioses. Todo lleva
material. Hay que conseguirlo. En eso eran maestros los Anunnakis. Eran
principalmente buscadores de materiales valiosos. Seguro se usaron robots para
el trabajo pesado, pero nada mejor que un ser humano con sus habilidades.
Dándoles algunos
consejos, mostrándoles algunos artefactos tecnológicos y amenazando a la gente
con el infierno si no obedecían, ya tenían el mejor equipo de trabajo a su
disposición. La religión nace de la tecnología. Ya lo he dicho y lo repito. El
mago siempre tiene espectadores fieles.
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